lunes, 2 de agosto de 2010

Acabo de llegar.

Después de haber recordado los días que por el camino he dejado éstas últimas semanas, me quedé bailando en mi habitación. No me movía, estaba acostada y a la vez cansada, tenía hasta sed, algo rarísimo. Pero siempre me pasa algo parecido, y no es mi cuerpo el que baila, hasta ahi he llegado. Esta vez algo falló. A media noche desperté, y sin saber por qué, me encontraba tumbada, a tu lado, con la cabeza en tu estómago, sorprendida al observar el horizonte de tu clavícula. Llegaste a mi cama. Eso significa que escalaste cuatro pisos, como el hombre araña. Anonadada, con los ojos a medio abrir y creyendo que seguía bailando en mis sueños, moví mi mano, y con el dedo índice te erizé la piel. Tuve la oportunidad de conocer todos tus recovecos. Hice una parada en tus pulmones. Demasiado humo como para permanecer más de seis segundos. Llegué hasta la cima y fue allí, donde tuve la mejor perspectiva. Y me enamoré tras pasar por el vértice de tus codos, enredarme en tu barbilla, y hacer una pequeña parada en el mar de tus labios. Quizá yo estaba soñando. En cambio tú dormías o eso creía. Saltabas de nube en nube sin miedo a caerte y la paz envolvía tu respiración. La luz de la mañana ni se asomó entre las persianas para descubrir el negro de tu pelo que posiblemente se tornase dorado, como el de aquel principito. Fue justo en ese instante que desapareciste. Me di cuenta que nunca antes había observado tan detenidamente los poros de tu piel, me percaté de mis mordeduras en tu labio inferior que por un momento se enredó con mi sonrisa al ver que eras tú el que soñaba, y mientras tanto yo era la que vivía.



1 comentario:

  1. He tenido unos momentos a solas con mi imaginación buceando en una piscina preciosa, y entonces me he dado cuenta de que yo no fumo.

    ResponderEliminar